Hace 400 millones de años, aparecen en la Tierra los
helechos, las primeras plantas con raíz, tallo y hojas. 150 millones de años
después surgen las gimnospermas y, en poco tiempo, se convierten en la
vegetación predominante del planeta, ocupando la mayor parte de la superficie
terrestre.
Sin embrago, a día de
hoy, las gimnospermas sólo representan el 1% del total de especies vegetales
existentes, lo que supone alrededor de unas 700 especies.
Las más
frecuentes son las CONÍFERAS, grupo al que pertenecen especies como los pinos,
los abetos, los cipreses o las secuoyas. Pero además en la actualidad
encontramos otros grupos menos abundantes de gimnospermas como las cycas, los
gingos y las efedras.
Una manera sencilla de
diferenciar los grandes grupos de gimnospermas es observando la forma de sus
hojas:
Las gimnospermas carecen de verdaderas flores con
pétalos, pistilo y estambres como las de las angiospermas. La función
reproductora la asumen un grupo de hojas fértiles modificadas en forma de
escama. Las escamas se agrupan en torno a un eje central formando lo que
llamamos CONOS o ESTRÓBILOS. Hay escamas polínicas, encargadas de producir
polen, que forman los conos masculinos. Y hay escamas seminíferas, encargadas
de producir óvulos, que forman los conos femeninos.
La mayoría de las especies son MONOICAS, es decir
presentan estructuras reproductoras femeninas y masculinas por separado aunque
en el mismo pie de planta. Pero también encontramos especies DIOICAS, con los
conos femeninos y masculinos en distintos pies de planta, como es el caso de
los géneros Ginkgo y Taxodium. Para que tenga lugar la fecundación el polen
debe viajar desde los conos masculinos hasta los femeninos. Dicho transporte se
produce mediante el viento.
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